Hace dos años, durante el curso 2014/15, en que impartí clase en los tres 4.º ESO del IES Las Llamas (Santander), se me ocurrió programar como tarea con el alumnado de este nivel la elaboración de un glosario cántabro-andaluz a propósito del contenido de la variación diatópica. Esta actividad era posible dada la circunstancia de que soy un docente andaluz venido a tierras cántabras, y esto, por supuesto, ha provocado siempre alguna que otra simpática situación. ¿Cuál era la mejor forma de paliarla, pues? Haciéndoles a mis alumnos partícipes de mi forma de hablar, al menos en el nivel léxico-semántico. Asimismo, de esa forma también mostraba un notable interés por su dialecto, deseoso de aprender nuevas voces y modismos.
Eran muchos los objetivos que perseguía con esta actividad (perfeccionar su expresión escrita, mejorar su capacidad de proporcionar definiciones técnicas o elaboradas, familiarizarse con los tecnicismos propios del diccionario, ampliar de forma práctica los conceptos de "dialecto" y "lengua", etc.), pero quiero pensar que, por encima de todos, hicimos posible la valoración y respeto de otras manifestaciones lingüísticas, meta que resulta normalmente inalcanzable.
El producto, que supuso una notable inversión de investigación por mi parte (para qué vamos a engañarnos, no soy un andaluz muy auténtico), quedó de la siguiente manera:
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